
La resiliencia que llevamos en los genes los colombianos nos permite levantarnos de los más duros golpes que a manera de prueba la vida nos da. Clic para tuitear

Todos, o, casi todos hemos sido de alguna manera tocados por la pandemia generada por el covid-19. Posiblemente usted mismo haya sido golpeado por esta fuerza mortal, tal vez un familiar o un amigo muy cercano hayan sufrido los embates de esta enfermedad que ha azotado el mundo entero. Esta epidemia no tiene color político; no distingue entre clases sociales; tampoco se apiada de creencias religiosas, ataca sin misericordia a cualquier persona que se le atraviese en su camino destructor. Ya son cientos de miles los muertos que se cuentan por la peste; y millones los contagiados en el planeta. Al mundo y sus habitantes nos mueve la esperanza de las vacunas que están en la última etapa de su desarrollo; hemos recibido noticias alentadoras en el sentido de que las farmacéuticas ya están pidiendo autorización para entrar en fase masiva de vacunación.
Pero al margen de los muertos y afectados que deja el virus, hay otros daños colaterales que no tienen la misma difusión en la prensa; son esas tragedias que se ocultan en el drama de las familias. Muchos perdieron sus formas de ingreso habituales, y esto ha hecho que millones de familias hayan tenido que cambiar su estilo de vida. Esporádicamente nos dan a conocer estadísticas aterradoras tales como el aumento de la violencia intrafamiliar; los abusos a niños y a las mujeres también han aumentado de manera dramática durante estos tiempos de confinamiento. Estas tragedias silenciosas han causado traumas irreparables en los más vulnerables.
Una de esas tragedias que ha causado la pandemia es la que tiene que ver con los hogares; cientos de familias que habían alcanzado el estatus de independientes, han tenido que entregar los lugares donde vivían, para en muchos casos volver a la casa de sus padres; algunos donde sus abuelos, otros donde algún familiar y otros más donde amigos muy cercanos. Miles de familias han tenido que regresar a sus ciudades, pueblos y veredas de origen porque ya no pudieron seguir cubriendo los gastos causados por sus formas de vida a las que estaba acostumbrados. Esto por supuesto ha causado desesperanza, incertidumbre y desasosiego familiar.
Mi testimonio personal es parte de esas muchas familias golpeadas por la pandemia; hace poco más de un mes logré superar el virus; estuve varios días internado en una clínica debido a que mis pulmones estuvieron cerca de colapsar. Gracias a Dios no fui intubado ni necesité de máquinas para mantenerme vivo; excepto de oxígeno, anticoagulante y antibióticos; de cualquier manera, es un virus que afecta mucho el cuerpo, tanto es así que aun debo tener cuidado de no agitarme porque se me va la respiración. Así como a miles de personas, también perdí mi empleo, y al igual que a muchos he tenido que “rebuscarme la vida”. Esto ha causado que después de muchos años residiendo en Bogotá, deba volverme a mi ciudad, la arenosa, el lugar donde pase la mayor parte de mi vida.
Estoy seguro que el paso que daré me permitirá volver a barajar y encontrar la cara adecuada para ganar la partida; la resiliencia que llevamos en los genes los colombianos nos permite levantarnos de los más duros golpes que a manera de prueba la vida nos da. Quise escribir esta columna para simplemente tener empatía con aquellos que han pasado momentos complicados en estos tiempos de pandemia. La empatía es un elemento clave de la inteligencia emocional. Se trata del concepto que utilizamos para referirnos a la capacidad del ser humano de ponerse en el lugar del otro. Por tanto, ser empático significa ser consciente y considerado con los sentimientos de los demás.