La democracia la inventó un gran hombre griego, genio de su siglo, llamado Pericles. Desde esa época ha fluctuado unas veces sí, otras no, cosa que ocurrió desde la misma Grecia, alternando con las dictaduras, el absolutismo real y las monarquías constitucionales. Tiene muchos defectos, hasta el punto de que un gran líder como Wiston Churchil llegó a proclamar: «La democracia es el peor sistema, pero no se ha descubierto otro mejor.»
En Colombia hemos padecido golpes a la limpieza del sufragio, se ha llegado a estrangular el voto y la violencia impidió a unas mayorías concurrir a las urnas, cosa que con largueza hemos tenido que perdonar en aras del olvido.
En la mitad del siglo XX un partido mayoritario sufrió la más horrenda de las violencias, que quien esto escribe vivió siendo un niño. Pero el Frente Nacional se hizo para dejar atrás la sangre y devolverle a los caminos la seguridad de pasar por allí. Y realmente se logró, bajo el liderazgo de un gran jefe llamado Alberto Lleras Camargo. Se dio el abrazo con el líder opositor Laureano Gómez y floreció un tiempo la armonía, mientras el odio daba lugar a la concordia.
Pero en el mismo año 1950 brotaron unas guerrillas revolucionarias marxistas leninistas, bajo la emoción que surgía de la gesta triunfante de Fidel Castro, a quien los jóvenes de entonces mirábamos con gran admiración. Esas guerrillas allí están, aunque ni son revolucionarias ni idealistas. Se volvieron asesinas y genocidas, secuestraron, extorsionaron, violaron a las jóvenes y reclutaron menores a los que instalaron tempranamente en toda clase de delitos prohibidos por el Derecho Internacional. Pero lo más grave de todo: los entraron al narcotráfico y allí están en su mayor parte, a pesar del costoso proceso de paz que abrió momentáneamente algunas esperanzas de encontrar sosiego, pero que a la postre fue un bastión definitivo para cubrir la enorme vanidad del presidente de entonces con nada menos que el Nobel de Paz.
Todo esto fue una parodia que estableció un escenario de mentiras y engaños, de los que finalmente aquellos izquierdistas o mamertos que habían cubierto sus ansias «revolucionarias» con la bandera fementida de que ellos son los abanderados de la paz y «nosotros -como lo anota Neruda- los de entonces, ya no somos los mismos», es decir, ya nosotros no somos los voceros de la paz sino ellos, los del fusil a cuestas y el secuestro y las bombas terroristas. Que lo diga Petro que fue uno de ellos y Piedad Córdoba y Álvaro Leyva y los que mataron a Álvaro Gómez Hurtado. Y los que incendiaron el Palacio de Justica con los magistrados adentro, acto revolucionario pagado por Pablo Escobar.
Ahora, bajo la enseña de Petro, el prestidigitador, quieren acabar con Colombia y su sistema democrático a base de una oratoria hueca a la que lo único que le falta es tener a un lado la bolsa del culebrero con la serpiente adentro.
Entonces, cuando el primer mal de la república es la corrupción, manda Petro a su propio hermano a negociar el Pacto de la Picota, ofreciendo rebaja de penas a los grandes corruptos como los hermanos Moreno Rojas y toda la página de condenados, dizque porque hay bondad en el perdón. Y quiere subir los aranceles no obstante que se incentive la inflación hasta lograr una deflación que nos arruine a todos.
La mentira reina bajo la voz alicorada del antiguo guerrillero, alcalde de Bogotá que hizo ver como nuevas las máquinas de chatarra que importó haciéndolas creer como nuevas al servicio del aseo en la capital. Dont forgive that.
Amante de la paz y progresista se dice ahora el señor Petro. Y con su voz fatigada por las hechicerías, trata de hacer olvidar los fajos de dinero que le entregó Montes en una noche de desconfianza recíproca, que fue grabada por éste pensando en el futuro.

Armando Barona Mesa
Abogado, escritor, periodista, historiador, excongresista, exembajador