UN SUEÑO DE BOHEMIA Y POESÍA | Armando Barona Mesa Clic para tuitear

Ya no soy un político. Pero si irrumpo de vez en cuando con notas y comentarios políticos es porque, aunque en líneas generales carezco de la pasión que alumbra a gran parte de los compatriotas y no odio realmente a nadie, sí padezco el temor acuciante de sentir anticipadamente el descalabro que habremos de padecer en este país -que es el único que tenemos-, si caemos en la fuerza del engaño y la mentira y nos llega el imperio del autoritarismo colectivista de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Como decían antiguamente las abuelas, que Dios nos ampare y nos coja confesados.

Hoy, pues, no voy a hablar de política ni de banderías. Me provoca solo acudir un poco al humor lúdico y de poesía que viene del fondo de un poeta popayanejo de nombre Ramón Dolores Pérez, quien vivió a finales del siglo XIX. Tal vez era abogado.

Su nombre lo tengo grabado al igual que su principal poema que es inventado de principio a fin con palabrejas ariscas y exóticas pero muy sonoras -y algunos decían que muy castizas- titulado “Camelánea espeluficia”, desde que yo era un estudiante en esa Popayán blanca de tantos recuerdos y anécdotas que giran como satélites alrededor de la pequeña urbe, recogida, en donde circulaban los nigüateros a los que por eso mismo, llamaban los patojos y tenían un ingenio sin límites.

Ese Popayán bohemio en el que los lunes y los jueves partían la semana para irse a unos sitios de todos conocidos a comer “frito”, rellenas y chicharrones grandes, asadura y bofe, que empapaban en aguardiente y guarapo como pasante. Tal vez así la semana no era tan dura y se endulzaban anticipadamente los guayabos del sábado y domingo. La bohemia, como la dulce y evocadora canción de Aznabour. Así fluían los poetas del apunte repentista. “Sacrificar un mundo para pulir un verso” había escrito con tono de inmortalidad el maestro Valencia. Poetas de a montón, todos pobres que se bebían el sueldo en la primera quincena. Pero mantenían el halago de vivir como si cada uno, todos los días, estuviera descubriendo a América.

Que hermoso es recordar aquellos días. Los primeros versos que escribí a una linda adolescente que ceñía el luto a su cuerpo hermoso de primavera eterna: “Desde ese traje negro que tu figura envuelve / ceñido a tu cintura como una enredadera,/ se levanta tu rostro pálidamente bello. / Ah paisaje que formas con tus lindas pupilas /y enmarcas como un triunfo sobre tu cabellera. /Tu cabellera negra, profunda y ondeante ….”
Los sueños que fueron surgiendo del paso de la pubertad a la adolescencia. Un porvenir que se veía como la cumbre del Puracé y el Sotará casi inalcanzables, que rugían de vez en cuando y hacían temblar la tierra y a nuestros propios pasos. El aula de clase donde uno sentía los fantasmas de dos siglos de generaciones caminando con libros en la mano. Aquel “estudiante de la mesa redonda” que describía la pluma de Germán Arciniegas y que abría la puerta a la esperanza y no detenía la angustia juvenil ante ningún obstáculo.

Sí, en aquellas horas aprendí de aquel Ramón Dolores Pérez el poema de la cal y el viento, como si fuera el Puente del Humilladero. Hoy pienso que esos sueños nunca pasaron, porque allí siguen, agazapados como esos versos inasibles de Pérez, que pasó como nosotros con un buen trago de aguardiente.

CAMELANEA ESPELUFICIA

Como el fasgo sendal de la pandurga
remurmucia la pínola plateca,
así el chungo del gran Perrontoreca
con su garcha cuesquina sapreturga.

Diquilón el sinfurcio flamenurga,
con carrucios de ardor en la testeca;
y en limpornia simplaque y con merleca,
se amancoplan Segrís y Trampalurga …!

La chalema, ni encurde, ni arropija;
la redopsia, ni enchufa, ni escoriaza;
y enchimplando en sus trepas la escondrija,

con casconia ventral que encalambrija,
dice a la escartibuncia mermelaza:
¡Qué inocentividad tan cuncunija!

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Armando Barona Mesa
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Abogado, escritor, periodista, historiador, excongresista, exembajador